sábado, 1 de junio de 2013

Noche.

Noche, noche de invierno.
Noche cargada de estrellas.
Abrigado con el frío,
 voy de regreso a casa.
Hablando con mis pasos
 me acompañará el camino,
 y casi al final de mi destino
 llego al crucero del alba.

Se apareció vestida de cielo,
 mas hermosa que un bosque,
 mas hermosa que el mar.
Resplandeció la tristeza...
Con sus ojos claros, serenos,
 cabellos largos y negros,
 como las noches de invierno
 en este país sin sol.

Su vida arrastraba toda las desdichas del mundo.
En su rostro de alborada se refleja un antiguo sol.
Pero ahora es noche cerrada y el brillo de la vida se hunde,
donde el silencio descansa, donde se va a dormir el dolor.

Años, años, han pasado los años
 y he perdido aquella noche cargada de estrellas.
La vida es perder todo poco a poco
 y terminar cuando ya nada queda.
Desde entonces cada noche,
 al caer aquella hora,
 sigo esperando a mi hada
 en el crucero del dolor.

Nunca mas podre soñar
 hasta que duerma a su lado.
Mientras muero lentamente,
 tan lento como viví.
Y aunque me quieras quitar
 lo que nunca me has dado,
 prefiero ser contigo desgraciado
 que por siempre feliz sin ti.

El brillo de la vida que se hunde,
 donde el silencio descansa,
 donde el fuego se viste de lumbre,
 donde el mundo se apaga...
 solo para los dos.

Si cuando escribiendo eses
 vas de regreso a casa,
 bajo una lágrima grande, redonda y blanca,
 y te sigue una mujer de largos cabellos negros...
No temas, no tengas miedo, es la noche que te quiere.
 
William.